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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

21-N

El jueves era el día mundial de la Televisión. Y la noche. Que acabó en una parrilla (muy) revuelta. En Príncipe Gran Vía, ahora mismo bastión de la televisión asamblearia, todo parecía comenzar bien. Lo normal, vaya, para el programa: a Broncano ya le había levantado dos pares de zapatillas; la presentadora albina e invidente del Sorteo de la Lotería estaba metida dentro de una bañera llena de peluches; un tipo extraño que no podía enseñar por alguna razón un tatuaje que llevaba en el brazo estaba sentado en el bidé y Jorge Ponce había montado en la calle una Rotonda descacharrante, porque también era –o se lo inventó el genial Ponce–, el día mundial de las Rotondas. Pero el caso es que en realidad ya todo había terminado. Y mal.  En los cuárteles de su némesis rugía la marabunta desde el principio de la tarde y en una especie de estado de excepción televisual se comenzaba la emisión de un programa que se sabía incompleto, con uno de sus fragmentos grabado y amputado y su protagonista, todo un campeón el tío, entre la moto y Motos. En tiempos, un motorista le llevaba a alguien una notificación con su cese; ahora viene alguien a notificárselo al motorista, que aguarda en el camerino su salida a escena. El cese o lo que sea: un veto, una oferta (que no puede rechazar), una cláusula de contrato.  Y tiene que salir a trancas y barrancas. Durante el falso directo asistíamos aparentemente en tiempo real a lo que ya había sucedido y llevaba horas haciendo arder la recamara del prime-time: esa zona de excitación audiovisual antes de la oración y cierre, que se decía. Yo, de hecho, lo vi tarde, en RTVE play, con lo que la cosa ya estaba en las portadas de los periódicos y enredado (por las redes y por el enredo). Y el resto ya es historia mayor del medio (por cierto que sigue existiendo un “intermedio” en la política de bloques). Y una cronología de los acontecimientos que rivaliza en engranaje y misterios con la de la tarde en El Ventorro. El programa La Revuelta del 21-N de 2024 es ya y quedará (grabada) como una pieza, como un dato, del estado de las cosas: del bipartidismo mediático y general, del business implacable y selvático, del disparate, de lo que hay detrás, de las prácticas cuestionables o de la cautividad qu se vive en el candelabro (una figura mundial del deporte por ejemplo, puede no ser dueño de sí mismo, o una actriz o un influencer). A todo esto, lo de la selva: desde la noche del 23-F no había vuelto a suceder que tras un golpe de mano, la televisión pública cortara su emisión para dejar como fondo de pantalla un reportaje de fauna. En aquella noche, camino de la madrugada –una noche, por cierto, a la espera de elefantes blancos– fue un documental ad hoc, que vimos como en estado catatónico. Aparecían elefantes que parecían volar como los de Dumbo. Pues esta noche del 21-N La Revuelta desembocó en un docu sobre la berrea. Más bien en un vídeo-clip de quince minutos, en toda una play-list sobre la berrea, que podía haber sido material del programa Metrópolis. La berrea, como asunto, como metáfora, como coreografía y como fábula o neo-fábula, en definitiva, desbancó al perreo, ahora en auge. Salimos ganando en esto. Nunca, nunca antes, hasta la mañana sjguiente, la del 22-N, la berrea cérvida había sido tema, trending-topic en las oficinas, en los cafés, en el transporte público, en las rotondas. Esto, niño, no lo habíamos visto venir. La Revuelta del jueves fue como una edición pop y satírica de El hombre y la Tierra y la pieza grabada pero no vista con el campeón morista una pieza fantasma, de culto, que algún día se desclasificará. Y quedará, mientras, de todo esto, la heráldica de unos ciervos sobre campo de reptiles. Un cuadro como de cacería del XVIII. Menos mal que ya no era horario infantil y el Hombre Mágico ya había mandado a los niños a la cama.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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